Portocolom – Colònia de Sant Jordi. De vuelta al sur

circular

La Volta a Mallorca se concibió como una travesía circular. Claro que habríamos continuado dejando el círculo abierto de forma indefinida, tal vez vuelto a empezar; es una vida buena concentrarse en la navegación, alternar paisajes, sentir la mar y la embarcación, vincular todo ello a la expresión de un mensaje. Pero el proyecto tenía que ver con enmarcar la isla, consumar el acto de circunnavegarla para crear una diana de atención sobre los claros y los oscuros del medio litoral y de su cultura marítima. Cuando el día 4 de setiembre llegábamos a Portocolom, sentíamos que entrábamos en la antesala de completar la circunferencia. Era la visita a un pequeño templo de la embarcación de madera mallorquina, un lugar que quiere ser pueblo, que se resiste a la masificación urbanística con algunas batallas ganadas y otras perdidas. Un puerto donde nos esperaban amigos que nos recibieron con complicidad hacia nuestra propuesta. Al atardecer del día siguiente ofrecimos una charla en La cova dets ases, bar emblemático de la parte antigua, a escasos cien metros del pantalán del Mollet d’en Pereió donde descansaba el llaüt. Fue una sesión en familia, una docena de personas, buena gente, a las cuales les explicamos el cómo y el porqué de nuestra travesía. Nos dejó buen gusto de boca. Fueron unos días de diálogo con el pueblo, de abandono a un lugar amable, antes de decidirnos a partir. Y se produjo la mala noticia. Giacomo tenía que irse a Venecia con urgencia por cuestiones personal, tendría que navegar sin su presencia, que se había convertido en algo tan natural en el llaüt. Quedaban unas 45 millas, casi un cuarto de la circunnavegación. El sur nos reclamaba; las haríamos en dos días, con una escala de una sola noche en la Colonia de Sant Jordi. Zarpar, el 9 de septiembre, quería no sólo suponía cubrir unas millas más. Enfilando la bocana, mis pensamientos daban volteretas especulando sobre que tendríamos que hacer para continuar difundiendo nuestras convicciones cuando parásemos de escribir sobre la superficie del mar. Sentía que la navegación se había transformado en una forma de escritura, la embarcación era el trazo con mayor capacidad expresiva pese a que su estela fuera evanescente. Soltamos amarras a veinte minutos para los ocho de la mañana. La salida del puerto fue como beber una infusión de aromas de principio de septiembre, empujados por una brisa tempranera que no nos mostraba todas sus cartas. “Lo más importante es la paciencia – le decía a Miquel Àngel Lobo, amigo, miembro del GOB y tripulante que me acompañaba en esa escala- Son unas veinte millas, si vuelve a alzarse el Xaloc tendremos que hacer bordos, puede que necesitemos siete horas para llegar.” Los cálculos eran absolutamente erróneos; iríamos mucho más deprisa. Con parsimonia, entramos en el mar abierto, esperanzados en que el vientecillo, que se iba definiendo como Gregal, nos haría avanzar hacia el sur y se reducirían las millas de ceñida hasta llegar al Cap Salines si más tarde se cumplía la previsión y saltaba el viento del sureste. Pero el Gregal había venido para mandar. Navegando al largo, la costa empezaba a pasar rápidamente. Cala Ferrera, Portopretro, Mondragó, a las 09:30 pasábamos Cala Figuera. Habíamos cubierto un tercio del camino en menos de dos horas. La ola crecía, como el viento, pero por primera vez desde que entramos en el Levante nos empujaba en lugar de frenaros por la proa. El llaüt Simbad, de Tomeu Bono, nos seguía por la popa, embarcación escolta de excepción por aquel día. “¡Vamos a seis nudos y no podemos alcanzaros!”, nos decía Tomeu intentando mantenerse paralelo a nosotros, empujado por el motor y su aparejo de vela cangreja. Y, efectivamente, nuestro pequeño llaüt de cinco metros se escabulló con la vela hinchada y la antena casi en cruz; volvíamos a andar a más de seis nudos, como nos pasó en Tramuntana. Navegábamos a una media milla de la costa hasta que hicimos una virada por avante para aproximarnos al cabo navegando siempre al largo y no en popa redonda, de este modo lo pasaríamos con la antena sobre el palo, que estabiliza más la navegación cuando hay ola formada. A las once ya nos deslizábamos sobre el mar turquesa que besa Salines. El Gregal, que hasta entonces alzaba la mar abierta, ahora nos llegaba corriendo per encima de la tierra de horizonte bajo y nos invitaba a jugar del través con rachas que se acanalaban por playas y calas, mientras la ola se hacía pequeña, fácil. El Simbad se ponía muy cerca de nosotros, todos teníamos una sensación de felicidad intensa, gesticulábamos de barco a barco para manifestar que la travesía había sido excepcional. Eran dos llaüts veteranos que se reían al sentirse tan jóvenes. A las doce del medio día ya plegábamos velas para entrar a remo en el puerto de la Colonia de Sant Jordi, donde los funcionarios de Ports de les Illes Balears volvieron a ser de una amabilidad exquisita. Quedaba buena parte del día. El ambiente era alegre. Nos juntamos en la mesa de una bar del paseo marítimo Miquel Àngel; Tomeu; Nadal, tripulante del Simbad; Gaspar, un amigo que hicimos durante la Volta, y yo mismo. Éramos un grupo risueño paladeando imágenes de mar recién vividas. Pero por dentro sabía que la noche sería un momento de intimidad con el Nova Catalina, el momento para repasar la travesía que habíamos hecho juntos, como habíamos comprobado sus cualidades de pez ágil ahora que habíamos navegado sin la hélice. Aquella cáscara de madera sería, por última noche durante la Volta, un habitáculo amable, una matriz protectora, sensación que intentaba explicar, pero no siempre convencer, a las personas que se extrañaban de que pudiéramos dormir allí, “Esto es como un nicho”, me decía una. Mientas la embarcación esperaba ese momento en su amarre, yo cenaba, ya solo, y pensaba que me gustaría continuar recorriendo la costa mientras se establecían los colores del otoño, cuando la ropa se haría más gruesa y sería necesario algún te caliente bajo la tienda montada sobre el barco, quien sabe si soportando algún chubasco. Pero el círculo debía cerrarse, la Volta debía clausurarse. Y estaba decidido que fuese mañana. IMG-20141007-WA0005 IMG-20141007-WA0004 IMG-20141007-WA0006 IMG-20141007-WA0007